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En Majapahit Indonesia, Tara era mucho más que un Bodhisattva remoto—No fue una presencia viva, invocado en ritual, honrado en escultura, y entretejido en la misma tela de la realeza sagrada.
Ella encarnó compasión y perspicacia, pero también soberanía, protección y poder esotérico Eso guió tanto a los buscadores espirituales como a los gobernantes políticos.
El Dhyana Mudra nos recuerda que La paz no es algo que buscamos, es algo que sostenemos.
En el tazón de quietud creamos con nuestras propias manos, el espejo de la mente se despeja. A partir de esa claridad, la sabiduría y la compasión surgen naturalmente.
La historia de la naga y el Buda meditado nos enseña que Cuando estamos estables en nuestra práctica, las fuerzas invisibles nos apoyan.
La paz interior no es la ausencia de tormentas, es la presencia de refugio dentro.
El Buda de la Meditación protegida por Naga es más que una figura religiosa, es un encarnación de la alianza de la naturaleza con despertar, del cosmos que defiende la verdad, y de una mente aún rodeada de caos.
Es un llamado a confiar en las fuerzas profundas de la bondad y la sabiduría que protegen el camino.
Para el pueblo jemer, el Naga es mucho más que una criatura mítica. Es un Símbolo de protección, prosperidad, origen y referencia sagrada.
Conecta el jemer a su pasado ancestral, creencias espirituales, y entorno natural, encarnando el equilibrio entre tierra y agua, humano y divino, Vida y muerte.
El Dharmachakra mudra, formado por la suave unión de pulgar y dedo, lleva un inmenso peso espiritual.
Captura un momento de importancia cósmica, la primera enseñanza del Buda, e invita a todos los seres a despertar a través de la sabiduría, la compasión y la vida consciente.
El Buda de estilo Chiang Saen puede no ser tan ampliamente conocido como sus homólogos de Sukhothai o Gandhara, pero para aquellos que lo encuentran, la impresión es duradera.
Su mezcla de simplicidad, fuerza y profundidad espiritual encarna el corazón de los ideales budistas teravāda.